19 de septiembre de 2010

Edicion especial: Toronto International Film Festival

Cuando uno disfruta el cine tanto como yo, hay algunas experiencias que no se deben perder. Es mi meta poder ir a los festivales de cine más grandes e importantes del mundo y poder no solamente ver filmes, sino disfrutar el ambiente que les acompaña. Este fin de semana pasado tuve la dicha de comenzar ese viaje visitando uno de los festivales más importantes de América del Norte y del mundo: el Toronto International Film Festival (TIFF).

El TIFF, que este año celebra 35 años de existencia, es considerado por l@s crític@s cómo el segundo festival de mayor envergadura luego del prestigioso Cannes en Francia. Su importancia y su grandeza se reflejan, entre otras cosas, en los precios. Cada taquilla fluctúa entre los 25 y 50 dólares por película por persona. Aunque quizá de primera instancia esto no suena tan exorbitante, habría que pensar que la inmensa mayoría de estos filmes se dan en salas de cine comunes y corrientes. Es decir, el cine que usted normalmente ve por 9 o 10 dólares (aquí en esta área), le cuesta de 3 a 5 veces más esta semana. Sin embargo, hay algunas diferencias que hacen que la experiencia valga la pena.

Primero, cómo bien dice el nombre, es un festival internacional. Aunque sí se muestran películas de Hollywood, es una gran oportunidad para ver las mejores películas extranjeras que nunca llegan a nuestras salas de cine cotidianas. Segundo, aunque no sé si será así en todas las funciones, en la que yo fui tuve la oportunidad de asistir a una sesión de preguntas y respuestas con el director del filme. Tercero, al ir a una de estas películas te conviertes en parte del público votante que determina el único premio del festival. TIFF es un festival no-competitivo así que no tiene un jurado ni categorías como Cannes, pero sí tiene un premio que viene, precisamente, del público.

No obstante, por más beneficios que tenga, mi realidad como estudiante graduado sólo me permitió asistir a una película. Aquell@s que me leen sabrán que no iba a tomar una oportunidad como esa para irme a ver cualquier película hollywoodense. Escogí una película guatemalteca titulada Las Marimbas del infierno. Y tengo que decir que no me arrepiento.

Comienzo diciendo que no es una gran película. Marimbas del infierno es un experimento del director guatemalteco Julio Hernández Cordón y se nota al verla. Sin embargo, es un experimento positivo que tiene muchos momentos graciosos e iluminadores sobre la dificultad del proceso creativo en Guatemala.

Marimas del infierno es la historia de un hombre mayor que toca la marimba (instrumento autóctono del país parecido a un xilófono) y no consigue trabajo porque la gente ya no quiere oír su música. Al encontrarse sin dinero y sin trabajo recurre a una banda de rock heavy metal para proponer una fusión musical. 

[Oprima para ver un corto del filme] 

Al finalizar la película, el director nos explicó de dónde salió el proyecto. Resulta que originalmente él quería hacer un pseudo-documental (“mockumentary”) inspirado en eventos reales que le habían ocurrido al señor Don Alfonso (el protagonista de la película). Sin embargo, cuando comenzaron a rodar, Don Alfonso se retractó y decidió no contar su verdadera historia. Para entonces, ya el director Hernández Cordón había asegurado financiamiento y tenía que mostrarles a sus socios algún producto terminado. Así que, sin saber qué hacer, se le ocurrió utilizar las vidas reales de los personajes para crear una historia puramente de ficción. Ninguna de las personas que salen en la película son actores profesionales. Tod@s salen de ell@s mism@s, con sus propias ropas y sus propias idiosincrasias. Por ejemplo, Don Alfonso toca la marimba de verdad en los fines de semana y Blacko, el rockero, tenía una banda de heavy metal como en la película. Sin embargo, toda la historia del filme es inventada y sólo ocurre en la pantalla.

Cuando alguien le preguntó a Hernández Cordón que qué él quería lograr con ese filme y que si estaba conforme con el resultado, dado que no era lo que él se había propuesto hacer, él fue muy honesto y dijo que él sólo había querido divertirse y alejarse un poco de su otro proyecto, Polvo, que le estaba consumiendo su vida en el momento. De igual forma dijo que estaba muy conforme con el producto final puesto que se había hecho sin guión, sin actores profesionales, con un crew de 6 personas y con una cámara Canon muy barata y aun asi habia llegado al Festival de Toronto.

La realidad es que algunas de esas cosas que menciona Hernández Cordón se sienten en el filme. La falta de guión es, particularmente, notable a lo largo de toda la historia. Hay algunos momentos en los que uno, como público, no sabe para donde va la narrativa y qué es lo que se va a lograr. Sin embargo, otras de estas cosas se sienten para bien. El director guatemalteco explicó que el hecho de que tuviera actores no profesionales fue lo que lo llevó a adoptar el estilo cinematográfico que utilizó para filmar Marimbas. El resultado es una película con espacios fotográficos hermosos. En muchas ocasiones, el filme parece una secuencia de fotografías artísticas urbanas que nos muestran la pobreza y la nobleza del barrio en que se rodó. De igual forma tendría que decir que la falta de guión quizá dio paso a un lenguaje más natural y un producto mucho más folklórico. Las ocurrencias verbales (unidas a la situación de los personajes) mantuvieron la atención del público (y en varias ocasiones fueron responsables de carcajadas entre los presentes) aún cuando la historia misma podía parecer a veces desarticulada.

Para mí lo mejor de todo fue poder esclarecer todas mis dudas acerca de la narrativa tan pronto terminó. La sesión de preguntas y respuestas, como puede verse a lo largo de este recuento, convirtió la simple experiencia de ir al cine en otra cosa totalmente. Pude no solamente disfrutar el producto, sino entender el proceso tan peculiar de un experimento fílmico cómo éste y confirmar algunas las sospechas que desarrollé mientras estaba viéndola.

Roy Thompson Hall - Foto por RaFe
Pero la experiencia del festival no terminó ahí. Si por el día habíamos sido partícipes del arte y la creación, por la noche experimentamos la otra cara de la moneda: la industria y sus celebridades. Salimos en búsqueda de las famosas alfombras rojas y encontramos una justo afuera de uno de los teatros más icónicos de Toronto, el Roy Thompson Hall. Allí, según nos enteramos, sería la premier del filme The Town. Y aunque no pensaba pagar 50 dólares por ver una película que llegará pronto a los cines de segundas corridas por 3.50, mirar la entrada de las “estrellas” era gratis, así que nos quedamos ahí en espera de las celebridades. Aunque este blog no es un espacio para hablar de Hollywood, como quiera tendría que mencionar que fue una experiencia interesante ver el espectáculo que se desarrollaba en esa alfombra roja. Por ejemplo, lejos de llegar en limosinas, como todo el mundo esperaría, l@s actores y actrices se bajaban de unas guaguas “lujosas” pero igualmente ordinarias hechas por Chrysler. Claro, al saber que Chrysler era uno de los patrocinadores oficiales del festival, la cosa tiene más sentido. Por otra parte, es impresionante ver como estas celebridades literalmente posan minutos al frente de las cámaras de los papparazzis; quizás un poco irónico considerando que se pasan la vida entera escapándose de ést@s. También fue sorprendente ver la reacción de l@s fanátic@s cuando llegaban l@s protagonistas del filme. Los gritos, los empujones, las histerias no se registran igual a través de las cámaras. Y habría que dejar claro que, contrario a los estereotipos, esa reacción no es cosa de “niñas” o “mujeres”; la reacción era similar a lo largo del espectro racial, sexual y temporal.

 
Finalmente, al otro día fuimos a la apertura de un edificio que se llama el Bell Lightbox. Este edificio, que tiene salas de cine, restaurantes y barras, tiendas de souveniers y salas de conferencia, servirá como repositorio de todas las películas que se han mostrado a lo largo de los 35 años de existencia del festival de Toronto. Para conmemorar ese evento, l@s organizadores cerraron las calles aledañas y montaron una tarima con cantantes que amenizaron toda la tarde mientras la gente paseaba por los kioscos de comida y visitaban el nuevo edificio. Vale la pena decir que dentro se encuentra el único Oscar que ha ganado Canadá por una película extranjera: la maravillosa The Barbarian Invasions.
Bell Lightbox y tarima - Foto RaFe

En fin, creo que mi primera visita a un festival de gran envergadura fue un éxito rotundo. Hubiera querido poder ver más filmes y estar más días, pero no me puedo quejar. Ha sido un gran comienzo.